El fútbol está lleno de subjetividades que contaminan el ambiente y suelen desembocar en un gran absurdo, ya que se deja de ver el fútbol como un disfrute lúdico-deportivo, para convertirlo en el foco donde convergen alegrías y, sobre todo, penas y miserias personales. En mi caso, yo no he llegado a estos extremos, pero reconozco que tuve una época en la que, con mi equipo sumido una época de malos resultados e inestabilidad institucional (de la que todavía no ha salido), disfrutaba casi más con las derrotas de otros equipos, jugadores y entrenadores que no eran de mi agrado que de los (escasos) triunfos de mi equipo. Y aquello me hizo replantearme muchas cosas.
EL ORIGEN DE TODO
El hecho de ser aficionado de equipos humildes no está muy bien visto en España, sobre todo si esos equipos no son de tu ciudad o provincia, o si juegan en divisiones inferiores. Y yo, además, conseguí el bote completo, al desarrollar afición por el Yeclano (el club de mi localidad, siempre entre Segunda B y Tercera) y el Real Zaragoza.
Si te gusta el fútbol y eres de Yecla, ser aficionado del Yeclano es lo más normal, ya que es un club con arraigo en el municipio, pero siempre teniendo a otro equipo de más alto nivel compartiendo ese hueco. En cambio, con el Zaragoza todo era bastante más complicado. Elegir al equipo maño, en un país en el que no identificarte con Real Madrid o Barcelona es poco menos que un crimen, es algo bastante difícil de justificar ante quienes no ven más allá de eso.
Por eso nunca me libré de los continuos insultos, de los comentarios de menosprecio y de las presiones para intentar que cambiase de equipo de primer nivel al que animar, cosa que me generó un sentimiento de afecto hacia los modestos y un considerable rechazo hacia los grandes clubes, sus tejemanejes, influencias, etc. Me encantaba ver cómo clubes más humildes, como Deportivo, Atlético o Valencia, arrebataban ligas a los dos grandes y celebraba cualquier derrota en liga, copa o competición internacional de Real Madrid o Barcelona. Eran los momentos en los que me resarcía después de años y años de críticas e insultos hacia mis equipos.
Esto se amplificaba más todavía cuando alguno de ellos encadenaba alguna racha de varios años de dominio, como fue el caso del Real Madrid de los Galácticos o del Barcelona de Frank Rijkaard y Ronaldinho. En ese momento, incluso llegaba a simpatizar algo con el eterno rival, con tal de que acabase la hegemonía y prepotencia del dominador. Conforme pasaba el tiempo, mi animadversión hacia los dos grandes clubes españoles fue aumentando, quizás también ayudado por la cada vez mayor cobertura mediática y cuasi circense hacia ellos en televisión, radio, internet y diarios, prefiriendo llenar el espacio de cotilleos de culés y blancos a sacar noticias interesantes de otros equipos o modalidades deportivas.
LA CONTRADICCIÓN INTERNA
Más tarde, cuando Guardiola llegó al Barça estuve viendo varios partidos y me percaté de que el equipo azulgrana hacía un fútbol brillante. Sin embargo, desde que empezaron a ganar de continuo, comencé a desearles una pronta caída, llegando a alegrarme, por ejemplo, de la eliminación del Barça a manos del Inter de Mourinho. Igualmente, tras esto deseé que Mourinho llegase al Real Madrid para plantarle cara al Barça y cortarles la racha victoriosa, fuese como fuese. No obstante, cuando Mou y su Real Madrid empezaron a ser un incordio para el Barça y comenzaron las fuertes polémicas diarias, también celebré sus derrotas.
Pero, llegado a cierto punto, me di cuenta de que algo no iba bien. A mí siempre me había gustado disfrutar del fútbol desde la mayor objetividad posible, pero cada vez notaba que ver partidos de alto nivel, especialmente los de los grandes conjuntos, me producía más desidia, ya que Real Madrid y Barcelona siempre acababan ganando algún título. Es más, yo, que siempre he sido un admirador del fútbol ofensivo y elaborado, así como de los equipos y de entrenadores que aportaban desarrollo al juego, estaba empezando a entrar en contradicción interna.
AFICIONADO SÍ; “ANTI” NO
A medida que me iba formando como entrenador, que leía más libros sobre fútbol (metodología, biografías, etc.) y que desarrollaba mi trabajo con equipos de base, me daba cuenta de que mi “yo” aficionado era cada vez más incoherente con mi “yo” entrenador. ¿Cómo podía ser que me encantase la filosofía de Guardiola, que intentase adaptarla en mis equipos y, luego, me alegrase de que lo eliminasen con el Barça? Nunca antes había visto de forma tan nítida el sinsentido de admirar a alguien pero, a la vez, esperar su derrota porque no entrenaba al equipo “adecuado”.
Lo peor de todo es que me estaba empezando a convertir justo en lo que nunca quise ser: un “anti”. La diferencia entre un aficionado y un “anti” es abismal: al aficionado real le gusta el fútbol, respeta al rival, disfruta de las victorias de su equipo, y sabe que el fútbol es un deporte en el que se puede ganar, empatar y perder, sabiendo reconocer el trabajo del oponente; por su parte, el “anti” no ve rivales, sino enemigos, y está más pendiente de las derrotas y desgracias del blanco de sus iras que de alegrarse y degustar de las victorias de su equipo. Deja de prestar tanta atención al juego, para sacarle partido casi únicamente al resultado adverso del equipo, entrenador y/o jugador al que desean lo peor.
VOLVER A DISFRUTAR DEL JUEGO
Por todo ello, tras reflexionar seriamente y analizar la situación, entendí que, si quería ser el mejor entrenador y aficionado posible, debería aprender a analizar el juego con profundidad. Reconduje mi afición hacia puntos mucho más sanos y volví a disfrutar de los partidos, ahora sí, desde un punto de vista mucho más objetivo, sin dejar que mis simpatías estuviesen por delante del desarrollo del juego. Y no solo eso, sino que traté de empatizar más con los equipos, entrenadores y jugadores que defienden un estilo de fútbol más cercano al mío, aunque sin dejar de reconocer méritos de otros con los que no tengo tanta afinidad.
Entendí que ser un “anti” solo te hace tergiversar la realidad, estar permanentemente enfadado y no querer reconocer las cosas tal y como son. Te hace cambiar el foco y estar pendiente de aborrecer en lugar de disfrutar. De cegarte en lugar de abrir los ojos. De hecho, a los medios les interesa fomentar esa fricción para sus propios intereses, para seguir vendiendo sus programas, noticias, periódicos y visitas online.
Por eso me apena enormemente ver cómo mucha gente cae en la trampa de las discusiones, los odios, los insultos, las agresiones y todas esas circunstancias anómalas que rodean al fútbol, pero que no tienen nada que ver con él. No es compatible que te gusten todas esas cosas y que te guste realmente el fútbol. Yo aprendí la lección: que la pasión por nuestros equipos y futbolistas favoritos no nos ciegue y nos aboque a la más absoluta mediocridad, por favor.
Hola desde hace tiempo buscaba alguien que tuviese esta opinión, me sentía como n peregrino en el desierto. Considero que los Anti son víctimas del sistema comercial, donde les mete a todos en una coctelera y los bate para que surjan las más bajas pasiones y no vean la realidad.
Muchas gracias por tu artículo.
Hola, Epifanio. Siempre es interesante encontrar a otras personas que tengan un punto de vista similar al tuyo, cosa que me alegra. Estoy muy de acuerdo con la reflexión que haces sobre los «anti». Aunque no se quiera reconocer en muchas ocasiones, fútbol y política están muy conectados y la política siempre ha sabido sacar del fútbol lo que le interesaba. Encantado de que te haya gustado. Un saludo.