“En el fútbol profesional hemos sobrevalorado el esfuerzo. Los jugadores se han acomodado en un lugar, el del esfuerzo, donde saben que no van a ser criticados. Por eso, ya no se cuestiona el nivel de juego que muestran, sino cuánta entrega ofrece el jugador” (Lillo).
Los mensajes de aliento al esfuerzo, al trabajo duro y a la constancia hacia la sociedad han existido desde siempre, ya sea en forma de frases, de refranes o de eslóganes. Pero es ahora, con internet, las redes sociales y la brutal transformación de los medios de comunicación en simples generadores (interesados) de opinión cuando se ha elevado todo esto a un nivel exponencial. Es importante recalcar la importancia de los medios en la difusión y repetición de ciertos mensajes (mantras), no con fin informativo, sino de moldear las mentes hacia el interés pretendido por quienes los controlan.
El sistema socio-político-económico en el que vivimos nos hace una llamada constante a esforzarnos más, a trabajar más y a grabarnos a fuego que si uno pone voluntad suficiente, se puede alcanzar cualquier cosa. Aparentemente, da la impresión de que son valores positivos y necesarios. Pero si rascamos un poco esa superficie, ¿de verdad pensamos que solamente trabajando y esforzándonos más podemos conseguir cualquier cosa? ¿Que solo por desearlo se puede lograr todo? ¿O realmente hace falta algo más que nos están omitiendo (por miedo, quizás)?
HISTORIA PERSONAL PARA EJEMPLIFICAR
Voy a contar una historia real: yo soy dos años mayor que mi hermana. Cuando estudiábamos la Primaria y la Secundaria, ella siempre se quejaba de que mis notas solían ser más altas que las suyas “sin apenas dar palo al agua”, siendo ella quien más horas utilizaba para hacer los deberes y estudiar para los exámenes. Ella pensaba que no era justo y su excusa era siempre la misma: mi (supuesta) mayor capacidad para los estudios. Es cierto que yo tenía cierta facilidad para entender y retener conceptos, pero ella también era (y es) una persona inteligente, por lo que no podía ser solamente eso.
Pero claro, analicemos otros detalles: mientras yo estaba atento en clase, concentrado y tratando de entender todo lo que nos explicaban, ella, en no pocas ocasiones, hablaba en voz baja con su compañera o se despistaba con otras cosas. En casa, ella también se distraía mientras trabajaba, lo cual le hacía estar bastante más tiempo delante de los libros del que pasaba yo. Por estas cosas, al tener que hacer los deberes y/o estudiar después, mi trabajo en casa requería de mucho menos tiempo y esfuerzo que el de ella, pues ya sabía qué hacer y cómo hacerlo. Por lo tanto, ¿mayor tiempo y “esfuerzo” siempre implica hacer mejor las cosas? No lo creo.
LA CLAVE QUE NOS OMITEN
Entonces, ¿qué es eso que nos omiten en los mensajes continuos en los que se subliman las cualidades del esfuerzo, el sacrificio y el trabajo duro, todas ellas de carácter cuantitativo? Todo trabajo realizado requiere de esfuerzo, sacrificio, dedicación, etc. Y mucha gente trabaja mucho sin llegar a lograr alcanzar la meta que perseguía. Por lo tanto, quien marca la diferencia no es, necesariamente, el que más duro trabaja, ni quien más horas dedica a algo, sino quien realiza su cometido con MAYOR CALIDAD E INTELIGENCIA. La suerte también tiene su parte de protagonismo, pero en menor medida.
Y no, no estoy diciendo que solo con la calidad y la inteligencia se pueda conseguir todo, sino que, si a un trabajo duro y metódico le sumas estas dos cualidades, se logrará una mezcla exitosa. Pero, entonces, ¿por qué se nos insiste en fomentar la parte cuantitativa y no la cualitativa? Básicamente, porque ese discurso del esfuerzo y el sacrificio es más fácil de comprender, queda muy bien de cara a la galería y, además, es más fácil de manipular. ¿Quién pone límites al trabajo o al esfuerzo? Nadie, por lo que puede que nunca sea suficiente y siempre se puede recurrir a ello como excusa en caso de que las cosas no salgan bien.
Sin embargo, la calidad y la inteligencia son mucho más difíciles de encontrar y valorar, pues requieren de un análisis mucho más profundo y reflexivo. Es más, normalmente, cuando las personas piensan más y mejor, consiguen trabajar menos y de forma más eficiente. Y, quizás, eso no interesa, porque si la gente piensa mucho puede empezar a entender cosas que no interesa que se sepan. Aplicado al fútbol, es exactamente lo mismo. Llevamos toda la vida escuchando y leyendo, de forma martilleante, frases y juicios relacionados con correr más, luchar más, trabajar más, esforzarse más, echarle más “huevos”, mejorar físicamente, ponerse a punto, ir más al gimnasio, tener más disciplina autoritaria y demás. Pasan los años y estos pretextos se siguen utilizando para justificarlo todo.
EXCUSAS Y PRETEXTOS
¿Se juega mal y se gana? El equipo corrió y luchó como nunca. ¿Se juega mal y se pierde? No están en buena forma física. ¿Se juega bien y se gana? Físicamente están a tope. ¿Se juega bien y se pierde? No trabajan lo suficiente y falta actitud. Para cualquiera de estas preguntas se pueden utilizar uno o varios de estos juicios anteriores y siempre parece que cuadra todo. Con el juego en sí pasa lo mismo: a los jugadores más creativos se les acusa de falta de físico; el “equilibrio” se dice que solo lo dan los jugadores de características físicas; cuando se alinean muchos jugadores de calidad juntos, se duda de que puedan defender y luchar en las mejores condiciones; si se va perdiendo, hay que correr y luchar más. La cuestión es que siempre se exige esfuerzo al jugador de calidad, pero no calidad al jugador físico, al cual se le exculpa de cualquier error afirmando que “lo da todo”. Y es la prensa deportiva la que más contribuye a ello.
Al final, estas situaciones desembocan en un sinsentido en el cual se valora más, por ejemplo, que un futbolista corte muchos balones yendo al cruce con mucha fuerza y espectacularidad y despejando o rifando casi todo balón que le llega, que otro que recupera por su buen posicionamiento, sin necesidad de grandes desplazamientos, y que consigue pasar la pelota a otro compañero para dar continuidad. ¿Por qué? Porque el análisis que requiere es mucho más sencillo y visual. Otra cosa es valorar la eficacia de cada uno: el primero puede interceptar o despejar mucho, pero también pierde mucho porque no suele conservar el balón; el segundo, por su parte, te asegura robar y seguir teniendo el balón en tu poder. Esa es la realidad que una gran mayoría no ve.
¿CORRER MÁS O JUGAR MEJOR?
Ni en el proceso de entrenamiento, ni en los partidos, una mayor cantidad de esfuerzo físico te asegura el éxito. Los equipos más potentes, que juegan varias competiciones a la vez cada temporada y que suelen vencer una o varias de ellas (o, al menos, llegan lejos), son los que realmente menos entrenan. La acumulación de competiciones entre semana les hace tener que hacer algunos entrenamientos de recuperación y activación. Pero sin grandes cargas. De la misma manera, en competición, los equipos que vencen los grandes torneos suelen ser, salvo excepciones, conjuntos con más calidad que los demás. Y, curiosamente, muchas veces ganan, ¡oh, sorpresa!, corriendo menos. Mejores jugadores y/o mejores entrenadores implican más calidad e inteligencia para la organización de los equipos. He aquí el punto diferencial.
Por lo tanto, en lugar de seguir siempre recurriendo a la vieja cantinela de “correr más para ganar” (y similares), es necesario que entendamos que de qué va todo esto del fútbol. El fútbol no es atletismo, ni tampoco halterofilia. No se gana por ser más alto, ni más fuerte, ni más rápido. Gana el que piensa más y mejor. Gana el que toma más y mejores decisiones. Gana el que juega más y mejor. Calidad e inteligencia. Obviamente, no es así el 100% de las veces, pero sí una gran mayoría de ellas. Así que analicemos el fútbol desde el fútbol y comenzaremos a entenderlo mejor y a disfrutarlo más. Empecemos a exigir a nuestro equipo más calidad y no más correr. No hace falta ser expertos, pero hablar del juego enriquece al juego y sus debates. En cambio, analizarlo desde el esfuerzo y lo físico lo empequeñece, lo empobrece y lo distorsiona. De nosotros depende el poder crear una cultura de fútbol o de barra de bar.
“El fútbol es un juego que se juega con el cerebro” (Johan Cruyff)