Cuando ganar no lo es todo

La sociedad moderna nos empuja, cada vez más, a pensar que tener éxito es lo más importante en la vida. No importa cómo se consiga, solo se valora el resultado del proceso, dejándonos por el camino muchas cosas importantes olvidadas. Un ejemplo muy claro es el de los estudios, donde se mide la capacidad de la persona por la nota numérica, en lugar de por el grado de aprendizaje obtenido. Esta perspectiva, extrapolada al fútbol, implica que te cataloguen como “bueno” si ganas o como “malo” si pierdes, sin más.

Sin embargo, esta visión tan reduccionista de la realidad limita, en gran medida, las posibilidades de muchos equipos, pues aunque presenten argumentos para demostrar que están haciendo las cosas bien y que tienen un margen de mejora, desde el momento en el que no están consiguiendo los resultados esperados, todo parece un fracaso. Y lo peor es que este punto de vista simplista y resultadista consigue atraer a muchos clubes y/o aficionados (hasta cierto punto).

Por suerte, la realidad siempre suele acabar demostrando que la victoria no lo es todo, que también importan las formas de conseguirla. Es más, los mayores avances en el mundo del fútbol los han conseguido equipos dirigidos por entrenadores que pretendieron ganar mediante estilos de juego más novedosos, atrevidos, ofensivos, complejos y llenos de riqueza conceptual, en los cuales las formas para llegar al éxito y el ansia de mejora continua eran tanto o más importantes que el hecho de vencer.

Existen multitud de ejemplos de conjuntos que dominaron el fútbol y crearon escuela con su juego: el Real Madrid de Di Stéfano, el Brasil de Pelé, el Ajax de Cruyff, el Real Madrid de la Quinta del Buitre, el Milán de Sacchi, el Barça de Cruyff, el Sao Paulo de Telê Santana, el Barça de Rijkaard, el Barça de Guardiola, la Selección Española de Luis Aragonés y Del Bosque o la Alemania de Joachim Löw.

cruyff0

Pero también ha habido equipos que, sin llegar a ser tan exitosos, ayudaron a cambiar la realidad del fútbol: Alemania ganó el Mundial de 1954, pero todo el mundo recuerda a la Hungría de Puskás y compañía; Holanda fue subcampeona en los Mundiales de 1974 y 1978, asombrando al mundo con su “fútbol total”; Italia fue la vencedora del Mundial de 1982, pese a que todavía hoy se ensalza el fútbol imaginativo y preciosista de la selección brasileña de los Sócrates, Zico y Cerezo, eliminada precisamente por los italianos.

La Argentina de Marcelo Bielsa practicó un fútbol de gran calidad durante varios años, pero no pudo plasmarlo en un Mundial y, en los últimos años, el Bayern Múnich de Pep Guardiola practicó un juego espectacular, convirtiéndose en un equipo imbatible en Alemania, que, por el contrario, fue eliminado durante tres temporadas consecutivas en semifinales de Champions.

El fútbol es un deporte tan rico y variado que permite poder encontrar fórmulas ganadoras en estilos muy diversos. Y, derivado de esto, es bien sabido que no siempre vence el que más méritos hace para ello. Si los resultados, teóricamente, son los que marcan el rendimiento y la valoración de un equipo, resulta lógico pensar que se haya criticado a muchos equipos que jugaban bien pero no obtenían los réditos esperados.

No obstante, siguiendo la misma línea de pensamiento resultadista, ¿cómo es posible que también se haya criticado duramente a equipos ganadores cuyo juego no gustaba a nadie o casi nadie? La respuesta a esta cuestión es, sencillamente, que ganar no lo es todo, por mucho que se diga.

Sacchi-Milan

Hay que tener siempre en cuenta que el fútbol también es un espectáculo, además de un deporte complejo. Por lo tanto, es necesario no olvidar que esos estilos ganadores tendrán que buscar la calidad, la evolución y la mejora continua del juego y los jugadores, así como que el público se entretenga, se entusiasme y disfrute con lo que va a ver.

Ganar está bien (de hecho es el objetivo del juego), pero hasta los aficionados más resultadistas acaban cansándose si sus equipos limitan sus estilos de juego a fórmulas demasiado simples y poco o nada vistosas. Porque fiarlo todo a la ley del resultado puede parecer bueno… mientras los resultados acompañen (y, a veces, ni eso). Si no es así, a estos equipos se les acaban los argumentos justo en el punto en el cual quedan al descubierto sus carencias futbolísticas.

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